Tienes mucho dónde elegir. En el norte, por ejemplo, puedes alojarte en el palacio de un marajá del Rajastán, hacer excursiones por las estribaciones del Himalaya, impregnarte de la espiritualidad que se respira a las orillas del Ganges, emocionarte ante el esplendor del Taj Mahal, salir a buscar al tigre de Bengala o dejarte absorber por el pasado colonial de sus ciudades.
Y en el sur, sumergirte en la trepidante Bombay, relajarte participando en un safari de lujo en la selva tropical, refugiarte en las playas paradisiacas de Goa y Kerala, degustar el nostálgico encanto francés de Pondicherry, o encerrarte en un centro ayurvédico para cuidarte y meditar.
Sus atractivos son tantos y tan diversos que nunca dejan indiferente. Pero para apreciar este mosaico de colores, religiones, castas, grupos étnicos, lenguas, culturas, sabores y perfumes, también hay que asumir muchas veces una pobreza que estremece.