Es un lugar especial para los viajeros que apreciamos la inmensidad de los paisajes desnudos, universos de arena que desembocan en el mar y tierras de nadie casi infinitas. Desde el desierto de Namib, con sus dunas milenarias, enormes cañones y montes calcáreos, podemos poner rumbo al Etosha National Park, uno de los más seductores del planeta, donde cientos de especies comparten la poca agua que tienen.
La vida salvaje también se desvela en todo su esplendor en el impactante Fish River Canyon y en Cape Cross Seal Reserve con su colonia de leones marinos. Otros enclaves imprescindibles son la región de Kaokoveld, reino del pueblo nómada Himba y solo atravesada por algunas pistas de arena; la ciudad de Swakopmund, en la costa atlántica y de estilo colonial alemán; y el salar de Ssossusvlei con su mar de dunas rojas.
No nos podemos despedir del país sin sobrevolar en avioneta la lúgubre Skeleton Coast, con sus restos de barcos hundidos, e introducirnos por la región montañosa de Damaraland, con cientos de elefantes deambulando por sus áridos paisajes, increíbles pinturas rupestres y bosques petrificados.