¿Te atreves con esta experiencia espiritual, atemporal y algo aventurera? Templos aislados, ritos budistas, costumbres ancestrales, paisajes desérticos, lagos salados y cumbres vertiginosas –con el Everest como protagonista, con sus 8.848 metros- envuelven el Tibet en un halo misterioso.
Lhasa, la capital, fundada en el siglo VII, aparece revestida con el humo de las ofrendas, dominada por el increíble Potala, el palacio de los Dalai-Lamas, y el templo Jokhang, el santuario más sagrado y con mayor afluencia de peregrinos. Más allá, en su antiquísima calle Barkhor, te podrás mezclar entre la población para hacerte con productos locales o alguna exquisita pieza artística.
El aire purificante prosigue por la Carretera de la Amistad, que atraviesa paisajes grandiosos entre Lhasa y el campamento base del Everest, y por dos ciudades con enorme encanto: Shigatse, con el impresionante monasterio de Tashilunpo y la mayor estatua dorada de Buda del mundo, y Gyantse, que alberga el impactante monasterio de Kumbun.